Tal vez el ejemplo más palpable del valor de la firma fue el de Vincent Van Gogh. Eligió firmar como «Vincent» y, pese a su gran producción artística, apartada de algunos cánones de la época, le llevó a pasar penurias. Inicialmente fue empleado de una galería de marchantes, misionero evangelista y finalmente pintor, sobre todo costumbrista y vivencial. Por decirlo así, pintaba los usos y costumbres de los sitios donde vivió, así como plasmó sus vivencias e inquietudes.
Sin entrar en cronologías: Pablo Ruiz Picasso, eligió con acierto su segundo apellido «Picasso» que tendría más gancho comercial; Francisco de Goya y Lucientes firmaría como «Fran.Co Goya»; Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, símplemente como «Velazquez». Gustav Klimt con su nombre completo metódicamente dibujado.
la conclusión más evidente e inmediata es que el nombre sólo no es rentable y no vende. Encierra al artista en un vínculo familiar, a veces le da connotaciones pueriles y llega a ser muy complicado seguir su trayectoria biográfica, personal y profesional.
¿Es lícito cambiar la firma? Evidentemente, si tu firma no es comercial y te está perjudicando, sí.